En el año más difícil para el sector, el 95,2% de las veces los productos estuvieron listos en los lineales para los clientes
Con la pandemia de coronavirus y, más recientemente, con el temporal de nieve provocado por la borrasca Filomena, que impidió el paso de las mercancías hacia los establecimientos en varios puntos de España, se ha puesto en valor un sector esencial y que presta un gran servicio público: el de la distribución en proximidad y la venta en supermercados. Este sector ha mostrado su fortaleza durante estos meses, ya que ha permitido que la alimentación no fuera un problema añadido a la gran incertidumbre que atravesaba la población, sobre todo durante los meses del estado de alarma y el confinamiento.
Además, fue uno de los factores decisivos que ayudaron a los ciudadanos a cumplir la limitación de la movilidad con el estado de alarma, ya que el modelo que existe en España permite encontrar establecimientos, tanto autoservicios como supermercados, a menos de 15 minutos del domicilio, incluso en zonas rurales.
«Lo que ha ocurrido no tenía precedentes», señalan desde la Asociación Española de Distribuidores, Autoservicios y Supermercados (Asedas), «todos llegamos a la conclusión de que había que dar servicio a la sociedad, porque estaba muy asustada, la alimentación no podía fallar». Para el sector, el maremoto comenzó el 9 de marzo, cuando la Comunidad de Madrid decretó el cierre de colegios. En ese momento, los clientes comenzaron a acudir en masa a los establecimientos comerciales, muchas familias tuvieron que llenar la despensa frente a lo que se avecinaba: el cierre total de la movilidad, que finalmente tuvo lugar el 14 de marzo.
En las tiendas se produjo entonces una enorme presión, que se tradujo en lo que se conoce como» roturas de stock», es decir, carencias de ciertos productos en las estanterías. Aunque en Madrid esos primeros días fueron los peores, en otras grandes ciudades la presión se desplazó hacia la tercera y la cuarta semana de marzo.
En ese contexto de incertidumbre inicial, el primer mensaje del presidente de Mercadona, Juan Roig, a sus clientes, fue decirles que estaban preparados, con los lineales llenos. «Esto pasará, racionalicemos el miedo», señalaba en un tuit, en referencia al pánico por el coronavirus. Y tuvo razón. La tranquilidad en el servicio de alimentación volvió a los 15 días, en ese momento ningún consumidor dudaba ya de que las estanterías estarían llenas.
Así lo indica el «Barómetro OSA», impulsado por AECOC en colaboración con Nielsen, que indica que el 95,2% de las veces que los consumidores españoles fueron al supermercado en 2020 encontraron el producto que buscaban. En el año más difícil para el sector a causa del impacto de la Covid-19, la disponibilidad de productos en los lineales españoles tan solo bajó 0,5 puntos sobre el 95,7% registrado en 2019.
La clave de este éxito fue la fortaleza existente en el sistema de distribución de proximidad que se desarrolló en España desde mediados de los años 80. Gracias a la logística, grandes almacenes distribuidos por todo el territorio nacional reciben la lista de los productos que van pasando por la caja de los establecimientos y los van enviando según van haciendo falta. Es decir, cada compra de un cliente genera un pedido. Más tarde, llegan en palets a los almacenes, donde se descomponen por productos y se envían a cada una de las tiendas según sus necesidades.
En la semana del 9 de marzo los consumidores se lanzaron al asalto de los supermercados, hubo días en que la venta normal de productos «se multiplicó por 20», según afirman fuentes del sector. De un camión al día se llegaron a mandar tres o incluso cuatro. La presión logística fue enorme, pero las empresas y sus proveedores fueron capaces de soportarlo, las tiendas que se vaciaban se reponían en el mismo día.
El trabajo de los supermercados no fue fácil. En ese momento las condiciones eran complicadas, ya que aún no se contaba con las medidas de protección adecuadas (no había mascarillas, ni guantes…, las pocas que llegaban se desviaban a los hospitales), con lo que los trabajadores también se enfrentaron a la incertidumbre de si podrían contagiarse.
Sin embargo, el reto de la seguridad de clientes y empleados también se afrontó muy rápido. Gracias a la colaboración del Ministerio de Industria los empresarios consiguieron lo que les hacía falta (mascarillas, guantes, metacrilato…) y se puso en marcha el protocolo anticovid en las tiendas.
Solo en las 20.000 que forman parte de Asedas se instalaron 40.000 metros lineales de mamparas, se puso gel hidroalcóholico a la entrada de los comercios y se colocó cerca de 200.000 metros de vinilos para señalar la distancia de seguridad en el suelo. Se calcula que la inversión necesaria para ello, incluyendo los EPIs para los empleados, superaba ya a mediados de abril los 200 millones de euros. Pese a ser lugares donde se concentra mucha gente, los establecimientos se han convertido en lugares razonablemente seguros, no han trascendido noticias de brotes entre trabajadores. A eso ha ayudado también el comportamiento de la ciudadanía.
También fue necesario reforzar las plantillas, y se llegó a alcanzar en un mes los índices anuales de contratación de personal. Desde mediados de marzo hubo que efectuar contrataciones extraordinarias, que supuso una media de entre 200 y 300 personas por cadena. Los puestos que se reforzaron fueron, en general, personal de caja, reposición, secciones de frescos, preparadores de pedidos online y carretilleros para almacenes. La mayoría de las contrataciones fueron temporales a tiempo completo y muchas de ellas se extrajeron de las bolsas de trabajo de las propias empresas.
Otro de los efectos más destacados que ha tenido la pandemia es que ha cambiado el comportamiento de los clientes. Un 3% han recurrido por primera vez a la compra online, y el consumo «mixto» (aquellos que usan el canal presencial y digital) ha aumentado un 4,8%, según señalaba el IV Observatorio para la Evolución del Comercio Electrónico en Alimentación 2020.
A finales del año pasado las ventas en el sector del «gran consumo» se habían incrementado un 14%, según datos de la consultora Kantar, aunque esta cifra es preciso analizarla en un contexto en el que los supermercados han debido, y todavía lo hacen, asumir importantes costes añadidos en materia de seguridad y refuerzo de plantillas, entre otros. Además, los hábitos de consumo de los clientes han cambiado, por lo que hay incertidumbre ante lo que puede suceder en el futuro próximo, en medio de la crisis a todos los niveles en la que nos encontramos.
Fuente: La Razón